En nuestro país hay miles de deportistas profesionales, y cada uno de ellos debe estar respaldado por un seguro que le cubra en la práctica de su actividad y, por extensión, le proteja en el día a día. Cuenten con un producto específico de la modalidad que desempeñen o con uno deportivo genérico, lo hayan suscrito ellos por su cuenta o lo haya hecho la federación, el club o el equipo al que pertenezcan, lo cierto es que por ley todos y cada uno de ellos deben estar asegurados. Y no es una cuestión menor, ya que el deporte, y más todavía el profesional, conlleva una elevada dosis de riesgo en forma de lesión. El cuerpo es la herramienta de trabajo de los deportistas y su fuente de ingresos, así que aparte de su salud también está en juego su economía. Por este motivo, los seguros deportivos tienen toda la razón de ser.
Pero… ¿qué hay de los deportistas amateurs, de las muchas personas que realizamos actividad deportiva con cierta regularidad, con el fin de estar en buena forma y pasar un buen rato sin la presión de los resultados? Porque si deportistas profesionales hay miles, aficionados somos millones en España. ¿De qué manera podemos estar asegurados a la hora de jugar una pachanga al baloncesto con nuestros amigos, dar una vuelta en bicicleta o mover un poco las piernas jugando al pádel? Un seguro de accidentes que cuente con una cobertura completa puede ser una buena solución.
Los productos de este ramo tienen habitualmente en cuenta la práctica deportiva, aunque sea de modo amateur, como un escenario de relativo riesgo, una importante causa de accidentes. Y por eso suelen garantizar el pago de indemnizaciones y prestaciones cuando el asegurado sufre una lesión; no sólo durante el ejercicio de su trabajo, sino en cualquier actividad de su vida ordinaria aunque no tenga carácter profesional, incluida la realización de ejercicio físico y deporte.
Eso sí, esta protección no se hace efectiva en todos los casos y circunstancias. Veamos las habituales inclusiones y exclusiones a este respecto
Las inclusiones
Cada seguro de accidentes es un mundo, pero en líneas generales un buen producto del ramo suele considerar como accidente (y, por tanto, susceptible de dar derecho a indemnización o prestación) las lesiones producidas durante la práctica de casi cualquier deporte como aficionado. Y remarcamos el casi porque hay numerosas excepciones que luego detallaremos. Pero vamos con las inclusiones, acompañadas por numerosos ejemplos de situaciones -unas más comunes y otras menos habituales- que pueden darse al realizar ejercicio.
Con un buen seguro de accidentes estaríamos cubiertos en caso de tener un desgarro o una distensión muscular jugando al baloncesto; ser agredidos por un rival disputando un partido de fútbol; padecer los efectos nocivos de una exposición prolongada al calor o el frío, como insolaciones o congelaciones, siempre que no tengamos posible resguardarnos (imaginemos que montando en bicicleta caemos por un terraplén y no podemos movernos durante un buen rato hasta que aparece alguien para ayudarnos); sufrir asfixia por inmersión, siempre y cuando suceda practicando un deporte acuático y no subacuático, como el buceo o la pesca submarina; ser picado por un grupo de avispas cuando estamos realizando campo a través por un espacio natural; acabar con una hipotermia por meternos en el mar a ayudar a alguien que se está ahogando y cualquier otro ejemplo de solidaridad humana con el deporte como escenario; padecer un fuerte choque con un rival que nos provoque una crisis epiléptica jugando al balonmano; tener un desvanecimiento mientras estamos corriendo; caernos de una motocicleta y fracturarnos un par de costillas…
Incluso, después de haber atravesado por cualquiera de esas situaciones, podríamos tener la mala suerte de que nuestra salud se agravase en lugar de mejorar y terminar en una invalidez, el seguro de accidentes también puede indemnizarnos. Son sólo algunos de las muchas situaciones en las que nuestra compañía aseguradora nos podría asistir económicamente.
Las exclusiones
Un seguro de accidentes no cubre los ocurridos durante la práctica de deporte profesional, así como las modalidades consideradas más peligrosas y susceptibles de lesión y accidente. A saber: deportes colectivos con un elevado componente de riesgo (rugby, hockey), deportes de lucha (boxeo, artes marciales), actividades vertiginosas como el bobsleigh o los aviones ultraligeros, modalidades de montaña como el alpinismo o la escalada, disciplinas subacuáticas, deportes de aventura como paracaidismo, descenso de barrancos, puenting, rafting, parapente o hidrospeed, vuelos en globo… y un largo etcétera.
Tampoco se ampara, como es lógico, cualquier lesión o dolencia sufrida durante la práctica de cualquier deporte si esta ha sucedido a causa de mala fe, embriaguez o drogas, así como por negligencia, imprudencia o dolo, ni las derivadas de enfermedades existentes o preexistentes.
Pese a todas estas exclusiones, no podemos decir que un seguro de accidentes nos deje desamparados durante la práctica deportiva a los aficionados a realizar ejercicio, sino más bien al contrario. Por eso, su contratación no resulta ni mucho menos una mala idea para el deportista amateur.